sábado, 16 de junio de 2007

Democracia

Hoy he ido al Congreso de los diputados. Hoy, como ayer, ha sido jornada de puertas abiertas y un amigo y yo no hemos dudado; había que ver el hemiciclo y sus famosos escaños. No hemos llegado a entrar porque, como se aprecia en la fotografía, las colas eran kilométricas, llegando a doblar la esquina para expandirse a lo largo del Paseo del prado. Estos dos días de puertas abiertas sirven de alguna forma de conmemoración del treinta aniversario de la convocatoria de las primeras elecciones legislativas después del franquismo.

Lo que se discute hoy en los medios es si realmente aquellas elecciones y la Constitución que fue fruto de ellas, han merecido la pena. La respuesta parece unánime: la prosperidad económica y los derechos individuales y sociales que hoy tenemos se los debemos a la transición y a aquellos hombres y mujeres que la hicieron posible. Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos se situan como agentes principales de aquel logro, sin dejar de lado la labor de todos los españoles que depositaron su voto y con él su fe en la democracia.


He discutido alguna vez sobre ideales por los que luchar y sobre la justicia o la injusticia del sistema. La generación de mis padres, que nacieron en pleno franquismo, se ha sentido siempre orgullosa de la transición. Supieron tener un espíritu combativo para acabar con un sistema dictatorial y evitar que se perpetuara. Pero, lo que es más importante, llegado el momento renunciaron a sus sueños de revolución, para permitir la democracia que hoy yo disfruto. En el otro lado, en la derecha, también se soltó cuerda. Fue un triunfo basado en la renuncia colectiva; buen principio, pues la democracia tiene mucho de tira y afloja y el buen demócrata debe saber ceder.


Dicho lo anterior, yo creo que tenemos suerte. El matrimonio gay, la Ley de dependencia, la sanidad y la educación pública, la presencia de la política en el debate cotidiano y la conciencia cívica (Madrid ha visto últimamente más de una manifestación multitudinaria) son algunos ejemplos que lo demuestran. Estoy en contra de los catastrofistas. Claro que pienso que nuestra democracia puede mejorar (y mucho), pero también creo firmemente que el desdén que a veces se manifiesta por la representación política y sus agentes (los diputados, alcaldes, concejales, etc.) tiene su origen en el desconocimiento y la arrogancia, pues la gente cree que connota más sabiduría mostrar una posición escéptica (los políticos son todos unos mentirosos) que aceptar que la realidad política es bastante más compleja.


Sí, tenemos suerte. No tengo por que luchar, mis padres y millones de españoles me legaron un lujo de sistema. Así se lo dije a mi padre; pero él me objetó que no había dejado de haber motivos para la lucha, sino que éstos se habían desplazado. Reflexioné y creo que tiene mucha razón. La lucha ahora está en Alemania boicoteando los planes del G-8, la lucha está en evitar el saqueo de américa latina, de la que las multinacionales sacan todo lo que quieren y más. La lucha está en el amazonas, con la tala indiscriminada; la lucha está en las políticas de boicot y creación de ghetto que Israel ha ejecutado en Palestina (y cuyas últimas y lamentables consecuencia estamos viendo hoy en el auge de Hamás). La lucha está en todas partes.


Llegados a este punto quiero plantear una tesis, cuanto menos molesta. He llegado a la conclusión de que el sistema político español es digno de elogio, no de reproche. Pero no podemos ignorar que todo sistema político necesita sustentarse en un sistema económico eficaz (y España va viento en popa en lo que respecta a este campo). ¿De dónde sale parte de la riqueza y de los recursos naturales que utiliza España en particular y Occidente en general? Del expolio que Repsol ha ejecutado en Bolivia, o del que Telefónica realizó en Argentina, del petróleo que se ha robado en Irak, de los miles de chinos explotados en fábricas de zapatos que nos calzamos cuando compramos en Zara o en Spingfield; y así se podría seguir ad infinitum. Tengo un amigo méxicano que me razonó siguiendo estas pautas y (qué huevón) me dejo pensando.


Democracia sí, ¿pero para cuántos?


PD: aléjese de mi cualquier intención moralizante, de predicador de la verdad o de leches de ese tipo. Yo seguiré comprando mis sandalias de romano en Zara.


PD2: recomiendo el artículo de Juan José Millás "Morir de pie", que está relacionado con lo que he contado en este post:






No hay comentarios: