lunes, 23 de julio de 2007

Contar historias



En mi casa tengo una cinta en la que se oye a un niño de tres años contando las aventuras de Astérix y Obélix. Ese niño era yo y como no sabía leer, miraba las viñetas y me imaginaba la historia. Hoy me sé todas las historias de los galos de memoria, he dormido con ellas encima cientos de veces.

Mi cuarto estaba plagado de aquellos libros míticos de SM, naranjas, blancos o azules, dependiendo de la edad para la que se recomendaban. Eran de mi hermano mayor, que tenía devoción por El pequeño vampiro. Una tarde de verano de mi adolescencia, después de comer, cogí Las Brujas y también Matilda de Roahl Dahl. De repente se hizo de noche. Me había pasado toda la tarde leyendo.

Era un libro con tapas de color crema y hojas que olían a viejo. Leí su título: Historias Marginales. Ahora, mientras escribo, lo tengo en la estantería de mi cuarto. Formado por cuentos, uno de ellos habla de Klaus Störtebecker, el Pirata del Elba. Klaus era algo así como el Robín de los mares, pero un Robín que acaba mal, un marginal. Cuando lo capturaron y al ir a decapitarlo, el pirata retó a su verdugo: "quiero ser decapitado de pie, y por casa paso que dé sin cabeza quiero que se salve uno de mis hombres". Dio doce pasos ante la estupefacta mirada de los asistentes a la ejecución, y les enseñó que "aunque la vida es breve y frágil, la dignidad y el valor le confieren la vitalidad que nos hace soportarla".

Por cosas como estas (y tantas otras) me gusta pensar que en algún lugar de mi constitución interior se encuentra el verbo contar. Porque escribir, filmar, en definitiva narrar historias, es mucho más que un acto de vanidad; es uno de los más hermosos gestos de altruismo que conozco.

viernes, 20 de julio de 2007

Madrid







"Los pájaros visitan al psiquiatra,
las estrellas se olvidan de salir,
la muerte viaja en ambulancias blancas,
pongamos que hablo de Madrid."

Póngamos que hablo de Madrid, J. Sabina

Aún sin estrellas, se me hace imposible no querer a Madrid.

Una ciudad es la combinación de sus lugares y sus gentes. Paisaje y paisanaje.

Ciudad de inmigrantes, la hospitalidad que se da en Madrid es poco menos que inevitable. Todos, o casi todos, hemos llegado a ella, nos hemos sentido sólos y hemos necesitado comunicarnos, ganarle batallas a la soledad.

¿Cuántos madrileños pueden decir que tiene abuelos madrileños? Somos inmigantes o hijos de inmigantes, formando la gran Torre de Babel del siglo XXI.

¿Por qué me gusta Madrid ?

Conocí todos las calles de Malsaña sin haberla pisado un solo día, pero sí muchas noches. Durante un año sufrí el síndrome lechuzo, cuyos síntomas son la nula capacidad diurna para identificar calles y la facultad de ubicar al milímetro todos y cada uno de los bares de la mencionada zona, desde el Penta hasta el Vía láctea pasando por garitos menos renombrados.

En Lavapiés he comido las mejores croquetas (de bar) y he convertido en memorables recuerdos las largas tardes de cañas.

Ferraz la he recorrido de punta a punta. Borracheras familiares y tributos al noble arte del tapeo.

Vivencias culturales, pues la gastronomía es parte de la cultura.

En Nicasio Gallego, cerca de la glorieta de Bilbao, he tenido algunas de las conversaciones más placenteras de mi vida.

Sin olvidar los pateos por el Prado, el jardín bótánico, el Reína Sofía, las terrazas en verano, las pelis en la filmoteca, los cines de Gran Vía o la sensación de correr un domingo por la dehesa de la villa.

Pd: en la foto se puede ver algo que hacer en Madrid (y que yo ya he hecho). Comerse unos huevos fritos en "Los de Lucio", que es como se llama la taberna de los hijos del archifamoso Lucio. Es un lugar de precio asequible en la Cava Baja.

Pd2: A "Casa Lucio" que me inviten, que soy estudiante, coño.

Pd3: "Los de Lucio"... ¿Los huevos? Los dos pares que tuvo para poder tener a sus hijos y los dos pares que tienen sus hijos para llamarle a si al chiringuito. Un nombre de psicoanálisis.

martes, 17 de julio de 2007

Vindicación de los Mr. Chapu

Hay un personaje emblemático en muchos lugares de trabajo, residencia o recreo. Es aquel al que siempre llamamos cuando se nos rompe un mueble. El que nos atornilla aquella balda inestable o nos repara la resquebrajada cañeria. Un cruce entre Mackiver y el Fary, capaz de cantar "ay torito bravo, ay torito chulo" a la vez que hace un superarmario con dos maderas y cuatro tornillos.

Habréis avidinado que estoy hablando del hombre de mantenimiento, mundialmente conocido como: el CHAPU.

Bien, pues a pesar del tono jocoso con el que empezado, debo reconocer que cada día admiro más a los chapuzas.

Son como una fuente de inagotable sabiduría. Para ellos, el bricolage no tiene secretos.

El trabajo manual es maravilloso. Viendo a diferentes equipos de pintores, electricistas, atrezzistas, carpinteros y manitas construir un plató con sus pertinentes decorados, a uno no le queda otra que bajarse el sombrero y decir: olé y olé (tus huevos)*.

En fin, que hacía tiempo que no me sentía tan realizado. ¿Qué he hecho? Ni yoga, ni libros de autoayuda, ni metafísica por vía intravenosa o libresca. Si hoy me siento persona, es gracias a un espejo.

No es un espejo cualquiera. Enmarqué el cristal, atornillé y taladré, pinté de blanco la madera, coloqué casquetes para bombillas, hice un circuito eléctrico.

Sirva este post de reivindicación del trabajo manual y de la labor de todos los chapus del mundo. Yo profeso mi admiración hacía Paco, hombre capaz de levantar el mundo en seis días, uno menos que Dios. Ahí queda eso.

*Notas: Para una mayor adecuación a la realidad cabe sustituir "(tus huevos)" por "(tu maña)", pero es que me apetecía escribir "(tus huevos)"

sábado, 14 de julio de 2007

LOSERS


He ido al cine y he visto la última película producida por Trueba y dirigida por Félix Viscarret, director novel al que voy a seguirle la pista, : "Bajo las estrellas"


Su sinopsis es sencilla:

Beni, un outsider vividor y de moral políticamente incorrecta, vuelve a Estella, su pueblo natal, porque su padre se está muriendo. Una vez allí, decide intervenir en la vida de su hermano Lalo, un buenazo que vive por fuera de la realidad, conoce a la pareja de su hermano, Nines -pendenciera reconvertida - y se queda prendado de la niña de ésta.


Cuando leo road-movie o "western a la navarra" no puedo evitar pensar que yo he visto otra película. Una PELÍCULA DE LOSERS, de perdedores.


"Bajo las estrellas" puede contener elemento semánticos, es decir, iconográficos, que remiten a los dos géneros citados. Así, el tractor de Beni en la carretera cabe entenderse como motivo de las road- movies y su regreso al pueblo como la vuelta del héroe- antihéroe en este caso- del western. Pero la sintaxis, es decir, la historia de Beni, es propia de otros géneros. La comedia melodramática sería uno de ellos.


Yo defiendo y acuño un nuevo género para "Bajo las estrellas": el marginal. Marginal en tanto que trata historias de tipo marginales, cuyo pensamiento es independiente de los clichés sociales y no se asusta ante la diferencia. Me viene a la cabeza el Marc Stanley protagonista principal de "El palacio de la luna" de Paul Auster, o el personaje del tío en "Gracias por la propina" de Ferran Torrent.


Me han gustado mucho dos rasgos de la película. Uno es que los personajes son reales y no hay maniqueismos. Así, acabamos cogiendo un cariño inmenso a Beni, pero no podemos evitar sentir grima en la escena de su encuentro con la niña. Beni se cuela en la casa de la niña a través del engaño. Se crea un tensión sexual, algo de agresividad y mucha incorrección política y es que Beni no para de llamar puerca a la niña (después, puerquita). Es significativo que durante esta escena el público, que ya desde antes estaba entregado a las chanzas de Beni, no se riera lo más mínimo. Viscarret ha tenido el acierto de hacernos sentir que podemos tocar a los personajes, al crearlos tan reales que los conocemos. Todos tenemos a un Beni en la familia: bebedor, irresponsable, original, espontáneo, libre, a veces cruel, otras sensible, siempre entrañable.


En la película, como en la vida, acabamos amando a tipos que no solo son imperfectos, sino que a veces no merecen ser amados y a veces (paradoja) merecerían que los amarán más de lo que nosotros los amamos.


El otro rasgo que me encantó fue el toque fantástico o mágico del film. Dicho toque se ve en las escenas nocturnas, con estrellas y las siluetas de los personajes, en la escultura de chatarra al lado del tractor en el plano final y en alguna otra. Aunque es un rasgo que podría haberse explotado más. No he leído la novela que inspira el film ("El trompetista del Utopía", Fernando de Aramburu, ed. Tusquets) pero intuyo que se presta a hacer una adaptación de aires similares al cine fantástico que hace Tim Burton.


Para concluir no puedo dejar de destacar la fabulosa interpretación de Alberto San Juan. Deberán pasar muchos días y muchos films ante mis ojos para que deje de ser Beni Lacun.


Beni forever.