martes, 16 de octubre de 2007

De lo oculto y lo latente


El oficio de censor es tan viejo como lo es la sociedad.

Pero siempre se cuelan cosas, de hecho las más gordas. Quizá porque en el territorio de los símbolos es donde se encuentran las mayores explicaciones del hecho humano.

Por ejemplo, hay quién dice que no hay nada más frío (o menos humano) que el género de la ciencia ficción. Este lector o espectador no se ha enterado. Si un robot reflexiona acerca de su creador: ¿pudo el hombre - ser imperfecto- crearme a mí -ser perfecto-?, debemos extrapolar su interrogación. Dicha reflexión es, antes que nada, una parábola: ¿surge el hombre de algo imperfecto o de algo perfecto (Dios)?

La ciencia ficción, como la alta literatura, tiene sus grandes cotas de significado en el símbolo.

Si no rascamos, la superficie no nos dice nada.

James Joyce tiene un relato espléndido llamado "Un encuentro". En él unos niños coinciden con un viejo en un descampado. En un momento de la historia, el viejo se aleja. Cambiando el foco, Joyce nos oculta lo que está haciendo el viejo y pone en boca del niño un "Mira lo que está haciendo ese viejo tarado". Por el tono del relato es de suponer que el viejo se está masturbando.

Bien; sus mojigatos editores no se percataron. Pusieron, en cambio, objecciones a una frase, puesta en boca de un personaje, en la que se calificaba de imbécil a la reina de Inglaterra. Entonces Joyce les dijo: "pero si es mucho peor lo del viejo pederasta". Craso error. Los editores quedaron poco menos que traumatizados, pues pedofilia y homosexualidad eran dos temas tabú en la Irlanda de principios del siglo XX.

Viajemos en el tiempo y en el espacio. Año 1952. España. La censura franquista ya está a pleno rendimiento en el gris pantano de la posguerra. Les pasan el guión de una película: "Bienvenido mister Marshall". Provistos de tijera, hacen trizas tres escenas: un sueño (suponemos que "erótico"), un misa y una escena de entierro tratada con humor, negro claro.

Resultado: "Bienvenido...", que funciona (otra vez) como parábola, simboliza la ingenuidad, la bajeza moral y la sumisión de España ante los Estados Unidos. De nada de ello se percató la censura.

Parece que los censores, en ese empeño por segar todo pensamiento libre (y perdón por la tautología), siegan, inconscientemente, el propio.

sábado, 6 de octubre de 2007

Madrid (nuevo blog)

He abierto un nuevo blog. Pasen y vean:

http://www.francotiradorenlaciudad.blogspot.com/

Lectores

La soledad es difícil. Es la elección de los fuertes y la desgracia del resto.

Los seres humanos necesitamos calor y lo buscamos de una forma ansiosa, lanzando brazadas de perro ahogado. Brazadas torpes y bruscas, pero anhelantes y ansiosas. Queremos estar en compañia, sentir al otro.

Sin embargo, también necesitamos reductos de soledad. Oír unicamente la voz de nuestra conciencia. Sólo en la combinación de las dos necesidades, soledad y compañia, encontramos cierta paz.

Pero se puede estar solo y a la vez acompañado. Eso y no otra cosa es lo que ocurre cuando leemos.

En mi plácido y cálido cuarto, en un silencio amigo, un hombre de principios del siglo XX me cuenta cosas acerca de Irlanda. Sobre muertes, humedades, ritos y ambientes. Estoy leyendo a Joyce.

Hace poco he pisado México sin moverme de estas cuatro paredes. Una vez más, me han contado.

Así, todos lo días desde que me levanto hasta que me acuesto. Prolongando ese silencioso diálogo que ya dura siglos y gracias al cual podemos oír a nuestros semejantes, aunque sus voces nos griten desde el abismo del pasado.

Leer, parar y detenerse, masticar palabras, buscando un buen jugo de pensamientos. Vagar en los mundos paralelos que signos tras signo otro nos ha construido. Pues así lo sentimos: aunque el escritor escriba para todos, mientras leemos nos sabemos únicos destinatarios de su mensaje.

Leer es el placer de los solitarios que no renunciamos a la voz humana.