miércoles, 6 de febrero de 2008

Raymond Carver

He oído a más de un escritor decir que la escritura es en él un proceso de descubrimiento. Uno agarra teclado o pluma con unas cuantas ideas, pero sin saber dónde le llevarán. No pocas veces hago lo mismo. Hoy es uno de esos días. Porque lo que sé, aunque todavía sea inconsistente y esté fraguándose, me pide que lo cuente.

Hace poco leí De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver. Que nadie se engañe por el título. Cuentos que hielan, sin un atisbo de esperanza. Escepticismos que no admiten un pero.

Unido al anterior, otro descubrimiento. A saber, que diez de los trece finales de los cuentos que configuran el libro están modificados por su editor, Gordon Lish. Lo cuenta Alessandro Barrico en un artículo publicado en La Republicca.

Los cuentos tal y como están publicados son geniales, pero también brutales. Con un estilo, éste si del propio Carver, conciso, intentando buscar las palabras mínimas y con un narrador que nunca juzga, se nos presentan historias que punzan hasta el dolor. Duelen porque las sabemos reales. Incomunicación, alcohol, violencia. Vidas rotas sin que haya motivos aparentes. Al leerlo sentí que la única razón que llevaba a los personajes a la autodestrucción era la conciencia de la vida como absurdo. Nada les motiva, el tiempo transcurre ante la indiferencia de sus miradas. Ni siquiera el placer físico parece llevarles a la felicidad, sino que lo viven como animales; puro instinto. Sólo supervivencia.

Los finales contribuyen a ello. En un entorno cotidiano, la tragedia llega sin avisar.

Lo que Bill había querido era joder con en ellas. O verlas desnudas. Pero tampoco le habría importado mucho que la cosa no saliera.
No llegó a saber lo que quería Jerry. Pero todo empezó y acabó con una piedra. Jerry utilizó la misma piedra con las dos chicas: primero con la que se llamaba Sharon y luego con la que se suponía que le tocaría a Bill.

Así acaba Diles a las mujeres que nos vamos. Hasta que llega el momento, Bill y Jerry son americanos medios, de barbacoa de domingo, niños y cervezas viendo fútbol americano. A mitad del cuento se van a dar una vuelta en coche. Encuentran a dos muchachas en bici. Luego ya sabemos lo que pasó. Realismo sucio. Detrás de la civilización late la bestia. Podría ser el vecino.

En frases cortas, los cuentos paren desgarro. Ni un sentimiento:

Cariño -le propuse a Myrna la noche en que volvió al hogar- ¿Qué tal si nos magreamos un rato y luego preparas una cena apetitosa de verdad?
Y Myrna dijo:
-Lávate las manos.

Pero la sorpresa viene ahora. Los finales originales, los mecanografiados por Carver, eran bien diferentes. Así como en otras partes de sus cuentos, había hueco para la esperanza. Ese hueco que Lish no ha borrado en Todo pegado a la ropa, en el que un chico renuncia a una jornada de caza para quedarse con su joven pareja y su bebé enfermo o en Después de los tejanos, historia de un gruñon anciano que se desquita de sus obsesiones para ayudar a su esposa. Y es que esos finales duros como piedras, no debían ser tales en Carver. Como si este quisiese mostrar que debe quedar esperanza. O, apunta Baricco, como si tuviese miedo de concebir algo tan negro.

Lo que a mí me sugiere el caso es que los asideros nunca están firmes. Uno cree estar leyendo a Carver y es Lish quién escribe. La literatura, como los sueños, es a veces inasible y sólo queda aprehenderla en el ánimo, renunciando a saber qué pensaba quién la trajó al mundo.

Sea como fuere, uno se adentra en esos cuentos y los pasajes le torpedean. Es imposible salir indemne. De verdad, cuando no tengáis qué leer, escoged a Carver. Eso sí, no esperéis flores. Más bien, una confirmación de que estamos hundidos en el lodo.

2 comentarios:

Natalie Revolution dijo...

Hola Astérix!,
Enhorabuena por el blog, aunque suene a tópico.

Carver es siempre una buena idea. Escribe con las palabras precisas sobre temas aparentemente banales, aunque a mi parecer es la atmósfera, los finales y el sabor que te dejan después de leerlos, lo mejor de este autor. No sé dónde leí que los cuadros de Edward Hopper eran su analogía en pintura y es cierto, no sólo por las situaciones cotidianas, pero ni a uno ni a otro los veo como grandes pesimistas.

En cuanto a la manipulación que se hace de las obras, lo del tema del editor es sólo la punta del iceberg, pues ya simplemente en la misma traducción al español, nos estamos perdiendo la mitad de los significados.

Personalmente, prefiero los relatos de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? del mismo autor y, por supuesto, los de Sam Shepard.

Natalie Revolution dijo...

Hola Astérix!

A mí me encanta el cine español, es más, es uno de los pocos cines que aún entiendo porque a Kaurismaki por poner un ejemplo no hay por dónde pillarlo.
Pero claro, tengo mis preferencias, me encantan Coixet, Fesser, Medem, Amenábar, Almodóvar, Trueba, Guerín… y no aguanto precisamente a esos que citas, Bollaín y León de Aranoa, es que me parece que hacen una critica poco imaginativa que hace más daño a lo que intenta defender (auqnue intente hacerlo con buena intención). Aún así, he visto ambas filmografías. incluso algunas de esas peliculas las he visto en más de una ocasión.

A lo que me refiero más bien es que hay muy buenos dirctores españoles que sí son reconocidos en el extranjero y aquí no, como Guerín y Albert Serra. Es una pena. Menos mal que los cahiers españoles están haciendo política sobre el tema. No es que defienda los argumentos ad hominem pero los criterios de ests críticos me parecen muy razonables. Y que la Academia haya otorgado a La soledad los premios es todo un ejemplo de su cambio de rumbo hacia este sentido.

No suelo leer en original, me quedo en Harry Potter!, pero es cierto que perdemos mucho en las traducciones, tú como escritor lo sabrás.

La entrada de Los libros y la vida me recuerda mucho a Carver en lo sintética y con un final que te destroza. Es muy muy acertada esa clasificación. Aún así, los escritores de largas frases también resultan fascianates, y son muchos.

PS: Lo de la negrita no da tanto curro si escoges las palabras al azar, que auqnue a veces resulte incoherente, hace que no dé tanta pereza leerlo.